A lo que iba, aquel día llovía a cántaros y teníamos que descansar un rato para no pillar una pulmonía, para entonces hacía frío, pero mucho frío, incluso era exagerado. Entonces decidimos volver, pero por el camino había una cascada enorme entre el camino.
Mi madre desesperada, se puso de los nervios, para entonces ya se me había ocurrido una idea, ya que traíamos el equipaje de escalada le dije que nos pusiésemos el arnés e intentáramos no caernos; porque claro justo al lado había un río que llevaba a una cascada de muerte.
Al fin y al cabo lo atravesamos y volvimos a casa contentos de alegría por salir vivos de ahí.
Elaborado por David Iglesias
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